El futuro híbrido de la diplomacia del futuro
Más Café Vienna y videoconferencias para el mundo pospandémico
Me propongo argumentar que la pandemia ha tenido un efecto “positivo” en la diplomacia. Lo hago plenamente consciente de que siempre podría haber recurrido al excesivamente utilizado adjetivo “interesante” para describir ese efecto, tal vez de manera más diplomática. El propósito sigue siendo dar una breve descripción del impacto beneficioso que ha tenido la pandemia en la digitalización de la diplomacia y cómo ello llevó, en última instancia, a que los diplomáticos hayan ganado mayor consciencia sobre la naturaleza, importancia y peculiaridad de su labor.
La propia naturaleza de la diplomacia es personal. Tiene que ver con la interacción humana y el compromiso cara a cara, sea en público o en privado, oficial u oficioso, con uno, dos o cientos de otros diplomáticos. Pero la diplomacia siempre entablará relaciones personales destinadas a generar confianza y entendimiento para realizar, precisamente, el mandato que los diplomáticos son llamados a cumplir, una tarea que ha sido objeto de intensos debates por parte de inteligentes académicos que interpretan lo que los diplomáticos a veces inadvertidamente “desarrollamos progresivamente” antes de que la “codificación” haga su entrada en escena.
Con el confinamiento llegaron las urgencias y el desconcierto inicial también en los ministerios de relaciones exteriores y las embajadas. Gran parte de la actividad diplomática tuvo que digitalizarse rápidamente y migrar a la virtualidad. Y ello afectó no solo la asistencia consular y reuniones oficiales, sino también actividades diplomáticas de promoción comercial y cultural así como iniciativas de diplomacia pública que, semanas antes, habrían sido inconcebibles en formatos digitales. La misma naturaleza personal de la diplomacia estuvo en juego al perderse la posibilidad de leer la temperatura de la sala de reuniones, los gestos y hasta los silencios; o tener charlas informales en los pasillos que, en la mayoría de los casos, terminan resolviendo cuestiones que se debaten en las salas principales.
La importancia de la labor diplomática puede ser un aspecto controvertido de mi argumento, ya que los diplomáticos han sido acusados legítimamente de egocentrismo en algunos casos, no solo en el pasado. Pero la pandemia dio la seguridad necesaria a todo diplomático a quien tocó desempeñar responsabilidades consulares mientras el Covid golpeaba con fuerza y sus compatriotas enfrentaban verdaderos problemas. Mientras se cerraban fronteras y espacios aéreos y se cancelaban vuelos, los funcionarios consulares debieron resolver bajo extrema presión consultas que crecían rápidamente y que se convertían, en la mayoría de los casos, en llamados desesperados de ayuda.
Contra todo pronóstico y con recursos limitados (los recursos nunca son suficientes en casos de emergencia), los cónsules fueron más conscientes que nunca de las muchas herramientas a su disposición, en particular el valor tranquilizador de una voz amiga en el teléfono o un abrazo virtual. La digitalización de la diplomacia consular demostró ser clave como servicio público para mantener informadas a las comunidades en tiempo real, a través de publicaciones actualizadas permanentemente en redes sociales y otros recursos digitales y, lo que es más importante, interactuando de manera significativa con ellos en línea para canalizar solicitudes y consultas masivas que se recibían durante las 24 horas del día, los 7 días a la semana.
Más allá de la asistencia y contención consular por medios digitales, la diplomacia resultó también de gran importancia al haber sabido concentrar toda su energía en la salud, la ciencia y la tecnología como temas prioritarios, más allá de las connotaciones geopolíticas adquiridas por la diplomacia “de las vacunas” en su versión recientemente acuñada. Gobiernos, organismos internacionales y varias “partes interesadas” desplegaron una acción activa en materia de diplomacia sanitaria motivados por el interés y compromiso de resolver este flagelo mundial, tanto de modo bilateral como multilateral, y la digitalización demostró ser un medio oportuno y disponible para facilitar la interacción, ya sea bajo los auspicios de la OMS, la OPS, el G20 y todo otro foro que pasó, con sensatez, a llamar la atención sobre la necesidad de trabajar juntos contra el Covid.
Por otro lado, cuando la pandemia tomaba a todos por sorpresa, la peculiaridad de la labor diplomática hacía inicialmente imposible concebir actividades que no fueran presenciales. El confinamiento forzoso puso a prueba esa misma peculiaridad. Aun cuando la digitalización de diplomacia había irrumpido hacía hacia ya un tiempo y muchos países se habían valido de las herramientas que las TIC también ofrecían en el ámbito de la diplomacia, la diplomacia digital practicada hasta ese entonces tenía más que ver con la diplomacia pública y no tanto con su hermana, la diplomacia tradicional, en sus dos vertientes bilateral o multilateral.
De hecho, durante muchos años los ministerios de relaciones exteriores, las embajadas y los diplomáticos habían recurrido a las redes sociales como medio para lograr también objetivos diplomáticos. Tanto es así que el texto de la Convención de Viena de 1961 sobre Relaciones Diplomáticas podría actualizarse fácilmente si tuviéramos la oportunidad de insertar, de corresponder, el adverbio “virtualmente” en casi todos los párrafos, como una nueva forma alternativa de ejercer también la mayoría de las funciones, deberes y derechos establecidos en el texto.
Sin embargo, una vez más, la mayor parte de la digitalización de la diplomacia que tuvo lugar antes de la pandemia involucraba principalmente a la diplomacia pública, es decir, aquel campo de la diplomacia dirigida a audiencias extranjeras en lugar de contrapartes estrictamente oficiales, la diplomacia llamada a “dialogar” directamente con el público, sin intermediarios, y no simplemente canalizando verticalmente mensajes con posiciones oficiales sobre la multiplicidad de asuntos que ocurren en el mundo.
Digitalización para todos
Los académicos de la diplomacia han escrito profusamente sobre la diplomacia pública y, más recientemente, y sobre el impacto del Covid como catalizador de su digitalización. Los crecientes debates entre ellos son muy fructíferos e inmensamente útiles para los diplomáticos quienes, además, se volvieron cada vez más conscientes de sus aportes al tiempo que realizan sus funciones digitalmente y de modo menos inadvertido que antes; incluso contribuyen al sumar mayor controversia a reveladores debates entre académicos como, por ejemplo, el sostenido por el Dr. Ilan Manor sobre la relevancia del concepto de “poder blando” en la diplomacia pública de la era digital, entre tantos otros duelos pacíficos sobre temas tales como el valor de los algoritmos como audiencias o el “mayor y mejor conjunto de herramientas” que los diplomáticos heredaron de la experiencia de la pandemia.
Además de darse cuenta rápidamente de todo lo “digital” que también puede ser un diplomático, la buena noticia que trajo a la actividad diplomática la falta inicial de medios impuesta por la pandemia es que la digitalización trascendió el campo de la diplomacia pública y finalmente alcanzó -de manera abierta, completa y sin tapujos- el ámbito de la diplomacia tradicional. Tanto es así que la digitalización de la diplomacia convencional hizo su entrada triunfal tanto en escenarios bilaterales como multilaterales.
El momento maduró por necesidad: líderes mundiales, altos funcionarios de estados y organismos internacionales y los propios diplomáticos orientaron gran parte de sus actividades hacia la virtualidad. Se relacionaron online con sus pares y mantuvieron reuniones bilaterales, realizaron visitas oficiales virtuales y se sumaron a cumbres y reuniones multilaterales convocadas en “Tierra de Nadie” virtual, en el horario indicado en sus propios relojes y que, en este caso, no siempre coincidía con el del resto de sus colegas que se conectaban desde sus respectivos usos horarios.
Al hacerlo, los diplomáticos no siempre tuvieron la oportunidad de recibir instrucciones a tiempo. No todas las Cancillerías estaban preparadas para reaccionar con la rapidez y la flexibilidad necesarias. Esa falta de adaptación con rapidez no obedeció tanto a escasez de medios o brechas digitales sino, más bien, a preocupaciones relativas a la seguridad cibernética y, en muchos casos, la confidencialidad.
La insistencia en el uso de la palabra “inicial” para describir la reacción y sensación de desesperanza por la que debieron atravesar ciertos diplomáticos cuando empezó a atacar el Covid es totalmente deliberada. Y al hacerlo, “positiva” (no meramente “no negativa”) es la manera más sensata de describir la consecuencia de la pandemia sobre la digitalización de la diplomacia: mejoró el ingenio y la creatividad, al tiempo que el pragmatismo se impuso finalmente a la “fatiga del zoom” y letargos burocráticos.
Las ventajas y desventajas de la virtualidad son muchas y han sido ampliamente analizadas tanto por académicos como por profesionales de la diplomacia. Durante la pandemia, se priorizó la función de escucha como uno de los componentes principales de la diplomacia pública, en ocasiones de modo instintivo, como bien señalara el Profesor del Centro de Diplomacia Pública de la Universidad de California del Sur, Nick Cull. La virtualidad potenció una de las principales funciones que todo diplomático no solamente debe llevar a cabo sino, además, de manera exitosa: tender puentes. Como dan cuenta numerosos estudios recientes de académicos e investigadores, las lecciones aprendidas y los beneficios de la virtualidad son muchos pero hoy es una verdad aún más evidente que la diplomacia seguirá funcionando cara a cara y que puede -y debe- ir de la mano de la innovación tecnológica.
Futuro híbrido
“El futuro es híbrido” es la canción que más suena estos días ya que, debido a las restricciones impuestas por el Covid, la diplomacia se vio elegantemente obligada a adaptarse a la virtualidad y, recién luego, a adoptarla, una transición magistralmente descrita por el profesor de Oxford Corneliu Bjola. Y la virtualidad llegó para quedarse y coexistir con la diplomacia tradicional presencial.
Se especula más y más que muchas instancias de trabajo preparatorio se realizarán en línea en el futuro dada la facilidad de acceso y, por supuesto, los menores recursos necesarios, reservando los encuentros presenciales para fases sustantivas de negociaciones u otras actividades diplomáticas. Ello resultaría compatible en el caso de ciertas reuniones multilaterales, por ejemplo, pero los diplomáticos bien saben que acordar una agenda es lo que más tiempo consume y, en la mayoría de los casos, los detalles se resuelven en la cafetería a las 3 de la madrugada, luego de una cuarta o quinta ronda de negociaciones formales en el salón principal ubicado, precisamente, al lado de la cafetería. Un famoso lema en los círculos de las Naciones Unidas lo resume con precisión: los “Café Vienna” siempre serán necesarios. Y sí, también se rinde homenaje a la cafetería ubicada en la sede de la ONU en Nueva York.
El formato híbrido continuará siendo también una herramienta válida y útil para la diplomacia bilateral, sin dudas, reservando los apretones de manos y las fotografías oficiales para visitas de alto nivel que serán previamente acordadas de modo virtual. Contra las fuerzas de la “desglobalización” que analiza en detalle el profesor J.L. Manfredi, la diplomacia pública continuará aprovechando con orgullo la digitalización, máxime ahora que ha cosechado los beneficios de alcanzar públicos más amplios que los originalmente procurados, avanzado en diálogos con la sociedad civil, involucrado a estudiantes internacionales en intercambios virtuales y atraído a públicos extranjeros a degustaciones de vino, muestras de arte y, sí, hasta lecciones de tango que ahora también pueden realizarse virtualmente.
El futuro de la diplomacia será híbrido y eso es una buena noticia. El desafío seguirá siendo lograr el mejor equilibrio entre ambos mundos en un mundo nuevo en el cual la diplomacia virtual y la diplomacia presencial se combinen para beneficio mutuo. En ese nuevo mundo híbrido del futuro se valorarán aún más las charlas de café, acordadas previamente online. Y es por ello que se necesitarán siempre más cafeterías como el Vienna Café.
Las opiniones vertidas en este artículo son personales y no representan las de personas, instituciones u organizaciones con las que el escritor puede o no estar asociado a título profesional o personal, a menos que se indique explícitamente lo contrario.